martes, octubre 24, 2006

Juan Villoro

El Piloto ausente


¿Con qué ánimo llega Fox a su último Informe? Una de las afecciones
más comunes de los políticos es la paranoia. El presidente de
México padece de la ilusión opuesta: la certeza de ser querido.

Este artículo no pretende desengañar a un hombre feliz, entre otras
cosas porque nuestro dignatario no es muy amigo de la lectura.
Semana a semana, los editorialistas le señalan fallos pero él se
siente a todo dar. Cuando le preguntaron cómo pasaba los últimos
días de su mandato, respondió sin vacilar: "Como un campeón". ¿En
qué torneo triunfó? Vale la pena indagar las causas que animan a
este hombre satisfecho de haberse conocido a sí mismo.

El primer enigma es que no le gusta su trabajo. Obviamente no puede
decirlo, pues es de pésimo gusto salir con que no disfruta el
destino para el que necesitó de tanto apoyo. Sin embargo, parece
obvio que detesta cabildear para lograr acuerdos, carece de
paciencia para los proyectos a largo plazo y no quiere arruinarse
la tarde persiguiendo las tepocatas que prometió atrapar. Lo que sí
le gustan son los actos públicos que le permiten abrazar
chiquillos, chutar un pénalti (aunque lo falle), perdonar al
escuincle que le puso cuernos cuando les tomaron una foto, comer
una rica frijoliza en los rincones del país donde las tortillas
saben más sabrosas.

Si una imagen captura sus anhelos es la del helicóptero que en los
grandes fines de semana lo saca de la Presidencia para llevarlo al
campo de sus caballos.

Desde que asumió su cargo, encontró otra forma de estar en campaña.
El luchador carismático que utilizó un vocabulario destemplado para
oponerse a los rateros del PRI, pidió perdón por sus ofensas al
recibir constancia de mayoría. ¿Había nacido un estadista dispuesto
a trabajar por encima de intereses partidarios? Niguas. El
Presidente fue menos populachero que el candidato, pero descubrió
que lo único divertido del Ejecutivo es el protocolo. Aunque no
voté por él y repruebo su gestión, reconozco que ningún otro
Presidente ha lucido tan natural montado en un triciclo o en un
cebú. El atractivo bronco de su campaña se transformó en una
fotogénica habilidad para mimetizarse con los más diversos
escenarios, al modo de un personaje de alquiler que representa a un
Presidente sin la molestia de tomar decisiones.

Fox domina el grado Zelig de la sociabilidad: le pones un
salvavidas y parece capitán de barco; si pasa revista a las tropas,
parece un curtido ex combatiente; con gorra de beisbol, parece un
pelotero de la vieja escuela. La campechanería es su estilo de
gobierno. Esto explica en parte la extraña valoración que sobre él
arrojan las encuestas. Por más errores y dislates que cometa, un
amplio sector de la opinión pública lo considera "simpático",
"buena onda", "confiable". El último calificativo es un poco raro.
En la misma encuesta donde la gente se queja de la inseguridad, la
carestía y la falta de miras del país, Fox aparece como confiable,
pues ha logrado el artificio de separar a su persona de su cargo.
Mucha gente le confiaría su perro favorito. En cambio, resulta un
exotismo asociarlo con estrategias económicas, planes de seguridad
o tribulaciones geopolíticas. Si hay un cataclismo, muy pocos
esperan que diseñe operativos de rescate. Lo suyo es decir unas
palabras, con los ojos chicos que pone para las cosas graves, y
asistir a la zona de desastre donde le tomarán fotos conmovedoras y
se verá apuesto despeinado por un ciclón. El Presidente se ha
concentrado tanto en ser mera apariencia que delega en su vocero la
responsabilidad de comunicar la línea del Ejecutivo y corregir sus
variopintos desastres coloquiales. En esta ventriloquia política,
la declaración del vocero es más oficial que la del Presidente.

Es posible que después de sacar al PRI de Los Pinos pensara que
había pasado a la historia antes de gobernar. El caso es que apenas
quiso hacer algo más. Su irresponsabilidad fue más histórica que su
triunfo, pero él está seguro de que no se nota. Por algo se
mantiene en campaña permanente. En vez de luchar para que la
democracia sea una forma de vida, decidió que el mejor método para
enfrentar los problemas es olvidarse de ellos. Su legado es un país
dividido. En muchas ocasiones se necesitó de su iniciativa, pero se
hizo el despistado. Hace unos días comentó que Oaxaca tenía un
problema regional; luego habló de la existencia de una guerrilla
urbana. ¿Qué pasó en medio?, ¿cómo fue posible que eso ocurriera
sin su intervención?

Fox se comportó como una reina de Inglaterra que gasta menos en
sombreros. Una figura decorativa, aclamada en convites y meriendas,
ausente en las decisiones de un país a punto de estallar por la
desigualdad social.

Sin duda alguna leerá con aplomo lo que le escriban en su Informe.
Si recibe algún insulto esto reforzará su atractivo personal.
Cuesta trabajo creer que la transición a la democracia se haya
banalizado de esta forma.

Fox subió con sus mejores botas al avión de la patria. Una vez en
las alturas, se desesperó con las turbulencias, puso el piloto
automático y se fue a ver la película en la parte trasera. Como sus
actitudes sólo pueden ser canónicas, podemos imaginarlo bien. La
nave avanza entre relámpagos mientras él bebe el refresco que una
vez vendió. Parece un piloto jubilado indiferente a las bolsas de
aire. Cuando el avión comienza a caer en picada, le pide a su
vocero que tranquilice a los pasajeros. Luego regresa a la cabina y
registra sus últimas palabras en la caja negra, un mensaje
optimista y francote: "Nos dimos un guamazo pero estos aviones son
una chulada".

Después de su último Informe, salta del avión en llamas y abre su
paracaídas. Como en todas partes hay fotógrafos, es retratado
mientras desciende, haciendo la V de la victoria. Poco después, cae
sobre una choza y la destruye. De eso ya no hay fotos.

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